Numerosos científicos, entre ellos Stephen Hawking, ya sugirieron un principio del universo que no necesita ningún Dios. Igualmente, otros como Francisco Ayala, señalan que tampoco es necesario para explicar el origen del hombre. De modo más reciente, la neurociencia, indica a la luz del proceso evolutivo, que es el cerebro, y sólo él y su funcionamiento, el que produce sin ninguna connotación sobrenatural, los procesos mentales; entre los que se incluyen, por supuesto los que dan lugar al pensamiento y el sentimiento religiosos y a la misma idea de Dios.
Mucho antes de las ciencias modernas, Kant apuntó en su crítica filosófica, que Dios es sólo una idea; una idea que no tiene posibilidad alguna de ser contrastada con la realidad del mundo. Dado que es sólo una mera idea, es completamente incapaz de expandir por sí misma, nuestro conocimiento de lo que existe. Sin embargo fue una idea muy útil en tiempos probablemente convulsos y muy difíciles para la supervivencia humana, ya que supuso un aglutinante de los hombres. Algo así como un pegamento que potenció la unión ante la adversidad, el dolor, el miedo, y la lucha contra otros hombres.
Son los circuitos neuronales los que crean las ideas. Y existen datos experimentales capaces de proporcionar una hipótesis plausible de cómo, en términos exclusivamente neuronales, el cerebro las construye. Estos procesos neuronales, han ido siendo seleccionados al igual que nuestras características físicas a lo largo del proceso evolutivo.
En numerosas ocasiones, se ha querido defender la idea de la realidad de Dios argumentando que el propio pensamiento científico maneja ideas que no tienen un substrato sensorial. Es decir que damos realidad a cosas que no se ven, ni se tocan, ni huelen, como es el caso de los átomos. Sin embargo, se olvidan de que estas ideas siempre refieren y tienen su origen en el mundo sensorial.
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