La mayoría de las ideas fundamentales de la ciencia son esencialmente sencillas y, por regla general pueden ser expresadas en un lenguaje comprensible para todos.
Albert Einstein.

La teoría del valle inquietante: ¿desconfían las personas de los androides?

Muchos de nosotros, amantes de la ciencia ficción desearíamos convivir con lo que para nosotros son personajes entrañables de nuestras novelas o películas favoritas. Sin embargo, existe un sentimiento de repulsión hacia los androides. Las personas desconfían de estas réplicas humanas que se asemejan y actúan casi como seres humanos. El robotista japonés Masahiro Mori, explicó este fenómeno en la década de los setenta. Su teoría del valle inquietante afirma que sentimos más empatía hacia un robot cuanto más humanoide es, hasta llegar a un punto de inflexión donde el parecido humano nos empieza a repeler. El "valle" es por tanto, un bache en una gráfica de la aceptación de un androide que se corresponde con la pérdida de las características maquinales, y la dotación de un parecido excesivo a un ser humano.
Un equipo internacional investigó el fenómeno estudiando el encéfalo de personas mientras observaban a un androide inquietante denominado Repliee Q2. Los descubrimientos, publicados en la revista Social Cognitive and Affective Neuroscience, sugieren que el desajuste perceptual entre la apariencia y el movimiento es lo que provoca estos sentimientos.
Ayse Pinar Saygin, de la UC San Diego y autora principal del estudio, evaluó lo que denominan el sistema de percepción de la acción del encéfalo humano. ¿Está este sistema configurado más en función de la apariencia o del movimiento del ser humano? El objetivo era desentrañar las propiedades funcionales de sistemas encefálicos que permiten que las personas comprendan las acciones y los movimientos de los demás. Los resultados de los escáneres de resonancia magnética funcional (RMf) mostraban que el cerebro de los participantes se "encendía" cuando la apariencia humana de un androide y su movimiento robótico "no computaban". El encéfalo no parece creado para atender a la apariencia biológica o al movimiento biológico per se, indicó la profesora Saygin. Aparentemente se ocupa de comprobar si se cumplen sus expectativas, que la apariencia y el movimiento  sean congruentes.
Es curioso, pero pensamos en lo graciosas que resultan a todo el mundo esas máquinas de tabaco con voz de mujer y los siniestras que, sin embargo, nos parecen las muñecas articuladas que adivinaban la fortuna en las ferias de hace un siglo. Ambas no son más que simples mecanismos expendedores, pero la primera es similar a esa clase de robot aparatoso y simpático, como R2D2 de Star Wars, mientras que en la segunda hay una imitación grotesca de lo humano.
Aquí os dejo uno de los vídeos para que decidáis vosotros mismos en qué punto de la curva de aceptación os situaríais: 

Bebés altruistas

Antes se pensaba que al nacer, no hay moral alguna. Se creía que los bebés incluso podían matar a un animal pequeño. Existen experimentos muy bonitos como el realizado por Felix Warneken del laboratorio de estudios del desarrollo de la Universidad de Harvard que demuestran que esto no es correcto, y que, al menos algunos aspectos de la moralidad, como la empatía y la compasión, existen incluso en los niños más pequeños. Warneken hacía que se le cayera un bolígrafo al suelo y se colocaba de forma que no podía alcanzarlo, pero el bebé sí. Si gateaba por la habitación podía alcanzarlo y devolvérselo al experimentador. Demostró que incluso bebés de 14 meses se subían a los cojines, cogían el bolígrafo y se lo devolvían. En cambio, no lo hacían si Warneken lo había tirado voluntariamente. Se trata de un claro ejemplo de altruísmo.

Relatos de ciencia ficción: "Maður"


- Lo que me faltaba… Un paticorto asesinado en mi distrito. – Dijo Ejdall a su ayudante mientras le daba su gabardina y su sombrero.
- Si alguien te oyera llamarlo así, te meterías en un buen lío. – Contestó Férfi.

Ejdall examinó el cadáver con mucho cuidado. Era un varón, aunque aún había gente que lo calificaría como macho, negándole cualquier tipo de humanidad. Los Sapiens llevaban ya cincuenta mil años conviviendo con los Maður en el norte de Europa, Canadá, Alaska y la Patagonia, pero únicamente doscientos en paz. Los Sapiens y el calor les habían expulsado de sus antiguas tierras sagradas. Eran individuos fuertemente adaptados al frío extremo, con un robusto esqueleto, la pelvis ancha, las extremidades cortas y el tórax en forma de barril. Aquello les otorgaba una fuerza muy superior a la de la mayoría de los Sapiens, pero también un aspecto bastante cómico, sobre todo si uno no estaba acostumbrado a verlos circular por la calle.
Al ver el cadáver de una sapiens tendido a su lado, Ejdall se temía lo peor. Recientes estudios científicos afirmaban que el cuatro por ciento del ADN sapiens coincidía con el de los Maður, pero en los cincuenta mil años de convivencia nunca se había dado un caso de mestizaje. A nadie le extrañaba, además de la aparente barrera genética, ¿quién iba a querer montárselo con un paticorto?

- Parece que hubo una gran pelea. El maður se llevó la peor parte, como si hubiese defendido a la chica hasta el final. – Dijo Ejdall.
- Tiene el tórax lleno de golpes, probablemente le reventaran el hígado. – Contestó Férfi mientras hacía fotografías. – Mira Ejdall, sangre en las uñas. Ya tenemos ADN.

Había sido un día duro, pero aún quedaba lo peor: esperar los resultados del laboratorio, y hablar con la prensa. Este no era un caso de asesinato normal. Hacía casi un siglo que un maður no moría a manos de un sapiens, y sin duda la prensa querría su trozo de pastel.
Al día siguiente Férfi llegó con el sobre al despacho de Ejdall.
- Agárrate bien a la silla Ejdall, esto es gordo.
- ¿Qué podría ser más gordo que un paticorto asesinado por un sapiens Férfi?
- Un paticorto y medio Ejdall.