AL-288-1 es el nombre verdadero de este maravilloso esqueleto de Australopithecus afarensis, a día de hoy el más completo de su especie. No obstante aquella noche de 1974, mientras el equipo de Donald Johanson celebraba el descubrimiento en las inmediaciones del yacimiento en Hadar, Etiopía, sonaba Lucy in the Sky with Diamonds, de The Beatles, por lo que finalmente pasaría a ser conocido como Lucy. Un nombre mucho más cariñoso y personal para un fósil de increíble importancia en el estudio de la evolución humana. El gran debate que ha provocado siempre Lucy en la comunidad científica es si realmente era un animal bípedo o pasaba buena parte de su vida en las ramas de los árboles. Pues bien, parece ser que un pequeño hueso del pie encontrado por el propio Johanson en el yacimiento 333 de Hadar ha resuelto el dilema. El hallazgo, publicado en la revista Science, certifica que efectivamente los Autralopithecus afarensis eran bípedos.
¿Cómo puede un pequeño hueso del pie asegurarnos categóricamente que el animal podía caminar sobre sus extremidades posteriores? Se trata del cuarto metatarso del pie izquierdo de un individuo de la misma especie que Lucy (3,2 millones de años) y que presenta la misma curvatura que encontramos en los primeros homínidos bípedos, así como en nuestros propios pies. Una de las claves evolutivas clave para la locomoción bípeda es el desarrollo de arcos permanentes en los pies. Esto permite la absorción de impactos durante la locomoción y aporta la flexibilidad necesaria para caminar o correr a diferentes velocidades. Aunque la anatomía de estos animales apuntaba claramente a una locomoción bípeda, hasta ahora, sólo contábamos con una prueba que apuntara a ello, y no se trataba de ningún hueso fosilizado, sino de las famosas huellas (llamadas icnitas) de Laetoli, en Tanzania, con unos 3,7 millones de años de antigüedad; las huellas dejadas por 3 individuos (¿madre, padre e hijo?) sobre las cenizas de un volcán.
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