La mayoría de las ideas fundamentales de la ciencia son esencialmente sencillas y, por regla general pueden ser expresadas en un lenguaje comprensible para todos.
Albert Einstein.
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Relatos de ciencia ficción: "Refugiados Climáticos"


El mundo tal y como lo conocía Raquel había cambiado de forma dramática en los últimos años. Gaia sufría, gritaba en la soledad del espacio, y en su interior ya no había hueco para los seres humanos. Nos habíamos convertido en su enfermedad. Pero al igual que cualquiera de nuestros cuerpos es capaz de combatir una infección, Gaia también había empezado a defenderse.

Raquel miraba por la ventanilla del avión mientras agarraba con fuerza la mano de su pequeño hijo Jaime. Apenas podía ver el suelo, pero no le hacía falta. Sabía a la perfección cuál era el aspecto actual de Gaia. El blanco hielo se había fundido y desaparecido, el verde de bosques y praderas adquirió un color ocre que recordaba al desierto, y los océanos perdieron su tono verdiazul para dar lugar a un azul más puro que recordaba al de las piscinas.
A su alrededor, cientos de refugiados climáticos se mostraban inquietos y atemorizados. “No tienes por qué preocuparte Raquel” Se dijo para tranquilizarse. “Necesitarán médicos, pasaremos el corte”.

El avión aterrizó en Harrogate hacia las 21:00 h. Allí esperaban cientos de soldados del ejército británico para escoltar a los refugiados climáticos, y para que el proceso de selección se llevara a cabo de la forma más civilizada posible. En aquella época las islas Británicas constituían un salvavidas dentro del océano devastado de Gaia, pero se veían constreñidas por la escasez de alimentos, energía y espacio vital. Por ese mismo motivo, el avión despegaría de nuevo esa misma noche con los rechazados a bordo.

Era de noche, los focos apuntaban directamente a los viajeros que descendían del avión. Jaime agarraba con fuerza la mano de su madre para evitar perderse entre los empujones y gritos de los refugiados. Enseguida se vieron rodeados por soldados armados y con los rostros tapados. Al llegar a la alambrada eléctrica, los pusieron en fila mientras varios funcionarios armados y fuertemente escoltados los entrevistaban uno a uno.

La mano de Raquel temblaba mientras entregaba al funcionario sus papeles identificativos y los de Jaime. A su lado, otro de los funcionarios rechazaba una de las solicitudes, y el escolta que lo acompañaba tuvo que emplear su arma para defenderlo.

Raquel y su pequeño hijo Jaime tuvieron suerte; de los 380 tripulantes que viajaban en el avión, sólo 9 cruzaron la alambrada entre insultos y agresiones de los demás refugiados. En aquel pequeño oasis de vida podrían ser felices y llevar una vida normal, al menos por unos años más. Aún así, Raquel nunca olvidaría los rostros de aquellos compañeros de vuelo, que nunca llegaron a cruzar la alambrada.

Relatos de ciencia ficción: "Sníkjudyr"



Un extraño rostro apareció en el monitor de Pasozyt, piloto jefe de la Sníkjudyr.
- ¿Humanos? No he oído hablar de ellos – dijo Loinen, número uno de la nave.
- Han emitido la señal estándar de auxilio, Número Uno, pero desconocemos su biología.  No es una buena idea – respondió Pasozyt.

Al otro lado de la señal se encontraba Umut, capitán de la Viltis, una de las 3.000 naves enviadas hace años en busca de un planeta habitable.
- No podemos esperar más, el estado de Toivoa es crítico. Solicitaremos asistencia médica – dijo a Rémeny, su primer oficial.
Ya le había ocurrido a otros exploradores antes. Después de varios meses encerrados en un espacio muy limitado, sin poder abrir una ventana para que entrase el aire, sin saber si es la hora de dormir o de almorzar, y sin tener si quiera un suelo y un techo para orientarse, no queda otro camino que la locura. Umut había escuchado historias de tripulantes que habían decidido abrir una de las compuertas del módulo, dejándose absorber por el frío espacio. Toivoa, por el contrario, había decidido autolesionarse con el filo de la herramienta que abre la válvula del reactor principal. Loinen se preocupaba demasiado por la joven y atractiva bióloga que se había ofrecido como voluntaria para la expedición.
- ¿De verdad está dispuesto a arriesgar la vida de su tripulación por ella, capitán?.
- Ya está decidido Rémeny, no tenemos otra opción.

Mientras tanto, en la Sníkjudyr, Pasozyt tenía sus dudas.
- No sabemos si esos humanos son asimilables Número Uno. ¿Está seguro de que quiere que envíe la señal de acoplamiento?
- Estamos muy débiles. Asumiremos el riesgo, traza la geodésica de aproximación – dijo Loinen. – Si no tomamos pronto una fuente de baja entropía, moriremos.

Relatos de ciencia ficción: "Maður"


- Lo que me faltaba… Un paticorto asesinado en mi distrito. – Dijo Ejdall a su ayudante mientras le daba su gabardina y su sombrero.
- Si alguien te oyera llamarlo así, te meterías en un buen lío. – Contestó Férfi.

Ejdall examinó el cadáver con mucho cuidado. Era un varón, aunque aún había gente que lo calificaría como macho, negándole cualquier tipo de humanidad. Los Sapiens llevaban ya cincuenta mil años conviviendo con los Maður en el norte de Europa, Canadá, Alaska y la Patagonia, pero únicamente doscientos en paz. Los Sapiens y el calor les habían expulsado de sus antiguas tierras sagradas. Eran individuos fuertemente adaptados al frío extremo, con un robusto esqueleto, la pelvis ancha, las extremidades cortas y el tórax en forma de barril. Aquello les otorgaba una fuerza muy superior a la de la mayoría de los Sapiens, pero también un aspecto bastante cómico, sobre todo si uno no estaba acostumbrado a verlos circular por la calle.
Al ver el cadáver de una sapiens tendido a su lado, Ejdall se temía lo peor. Recientes estudios científicos afirmaban que el cuatro por ciento del ADN sapiens coincidía con el de los Maður, pero en los cincuenta mil años de convivencia nunca se había dado un caso de mestizaje. A nadie le extrañaba, además de la aparente barrera genética, ¿quién iba a querer montárselo con un paticorto?

- Parece que hubo una gran pelea. El maður se llevó la peor parte, como si hubiese defendido a la chica hasta el final. – Dijo Ejdall.
- Tiene el tórax lleno de golpes, probablemente le reventaran el hígado. – Contestó Férfi mientras hacía fotografías. – Mira Ejdall, sangre en las uñas. Ya tenemos ADN.

Había sido un día duro, pero aún quedaba lo peor: esperar los resultados del laboratorio, y hablar con la prensa. Este no era un caso de asesinato normal. Hacía casi un siglo que un maður no moría a manos de un sapiens, y sin duda la prensa querría su trozo de pastel.
Al día siguiente Férfi llegó con el sobre al despacho de Ejdall.
- Agárrate bien a la silla Ejdall, esto es gordo.
- ¿Qué podría ser más gordo que un paticorto asesinado por un sapiens Férfi?
- Un paticorto y medio Ejdall.