Los primates catarrinos (entre los que se encuentra el ser humano) cuentan a grandes rasgos con cuatro grandes etapas en su vida marcadas por la salida de las tres muelas de la dentición definitiva. La emergencia de la primera muela coincide con el final de la primera infancia, en la que la cría se separa muy poco de la madre y que comprende básicamente la época de lactancia (en el ser humano se prolonga más tiempo). La aparición de la segunda coincide con la pubertad y por último, la emergencia de la muela del juicio corresponde al final del desarrollo y al comienzo de la vida adulta. Las etapas son esencia las mismas en todos los primates, aunque su duración es variable. Así por ejemplo, entre los monos antropomorfos (chimpancés, gorilas, gibones y orangutanes) el recién nacido llega al mundo con un cerebro que representa más de la tercera parte del volumen del cerebro del adulto, mientras que el neonato humano representa menos de un cuarto. Esto quiere decir que el recién nacido humano está mucho menos desarrollado cerebralmente y por tanto más desvalido en el momento de su nacimiento. Esto se contrarresta con la aparición en el género Homo de una niñez prolongada, y de la adolescencia. La infancia se prorroga hasta los ocho años, en la que el niño ya no precisa de la leche materna (por lo tanto la madre puede volver a concebir) pero cuyas características de crecimiento y desarrollo siguen siendo muy similares a las de la infancia.
Mediante recuento de las líneas de crecimiento del esmalte (llamadas Retzius) de los incisivos de algunos fósiles, se ha averiguado que tanto los australopitecos, como los parántropos y las especies más primitivas del género Homo (H. habilis y H. rudolfensis) tuvieron un período de desarrollo similar al de los chimpancés.
Pues bien, la estrategia de vivir despacio y morir tarde parece ser una característica clave de nuestra especie, ya que esta infancia prolongada facilita el aprendizaje adicional, y el desarrollo de la capacidad cognitiva compleja de los individuos. Recientemente, Tanya Smith, especialista en evolución humana de la Universidad de Harvard (EEUU) y su equipo han descubierto que el crecimiento dental del Hombre de Neanderthal (H. neanderthalensis), un importante indicador de desarrollo, era también notablemente más rápido que el de nuestra especie, al igual que pasaba con especies más primitivas del género Homo. El hallazgo sugiere que el desarrollo lento es un rasgo evolutivo relativamente reciente (unos 90.000-100.000 años).
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